Abrí la puerta mientras bromeaba
con algunos colegas y entré. Me acerqué a la barra y antes de que me diera
tiempo a pensar qué marca de whisky me apetecía, la vi. Allí estaba ella,
borracha, bailando y riendo con una tía. Era jodidamente sexy. Sin conocerla,
tan solo una chica del montón con un atractivo que no pasaba desapercibido.
Pero aunque llevaba semanas evitándola, yo ya había ido más allá. Era imposible
mirarla sin recordar lo increíble que era en la… en todos los sentidos. Por eso
la evitaba, porque todavía estaba a tiempo. Ella se acercó a la barra y yo a
ella, supuse que era el momento y con un poco de morro la saludé llamándola
preciosa. Era un poco injusto, sabía el efecto que tendría esa palabra en ella saliendo de mi boca, pero ya se sabe, si en el amor y en la guerra todo vale, en el sexo más.
Confirmé que estaba borracha, no
por su forma de hablar, ni de moverse sino porque estaba en el punto de
desinhibición propio de la tercera o cuarta copa. Me estaba follando con la mirada.
Yo hacía que no me daba cuenta, pero no podía dejar de mirarle la boca, y no
porque estuviese hablando precisamente. Otra vez, estaba jodidamente sexy. Hasta
la puta sonrisa más dulce del mundo decía sexo si estaba en su boca. Esta noche
me iba a costar más evitarla. Quizá me estaba enamorando de ella. Quizás echara
demasiado de menos escucharla gritar mi nombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario