Era el recuerdo de una espalda
todavía pálida cubierta de besos. No eran los primeros, pero estos eran
diferentes ya que no eran una invitación previa sino un cierre. Y se sintió
bien. Como una educada señorita, aunque ni el momento ni el lugar fueran el
escenario adecuado. No hubo besos en la mano, ni cortejo con flores, ni
vestidos pomposos. No le habría
importado, pero le gustaba ocultar su deseo en un soplo de rebeldía.
Mi esposa desnuda (Salvador Dalí)
El momento no duró mucho, lo
suficiente para volver a otra época y regresar con una sonrisa y un nuevo
recuerdo. Pero no importaba. Ella lo había entendido y no había dicho nada. Lo
había vivido y no había dicho nada. Estoy segura de que aún lo recuerda, pero lo
esconde tras su lengua viperina y su inseparable mirada rasgada.
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