Bajé al infierno porque quería pactar
con el diablo y me vi allí, bailando en una hoguera, quemándome y
desapareciendo sin ningún tipo de expresión en la cara. Me dolía ver la
situación, aunque a mi otra yo no parecía que el fuego le hiciera daño ¿Cuál
era mi propuesta entonces? ¿Dejar de quemarme? Ni siquiera sabía que era eso lo
que pasaba hasta que decidí bajar a allí.
De repente me sentí confusa y me
di cuenta de que aquello era demasiado grande para mí, que no importaba lo
inteligente y buena negociadora que fuera en la Tierra. Ese no era mi
territorio y sentí miedo de mirar al diablo a los ojos. No estaba preparada. No
hasta que pudiera derrotar a mis propios demonios. No hasta que pudiera verme
arder en la hoguera con la misma expresión que ella, ninguna.
Ese viaje me había dejado sin
fuerzas, me encontraba profundamente cansada, exhausta para recorrer el camino
hacia mi libertad. Entonces me propuse quedarme allí, en la tierra de la
oscuridad. No pactaría con él, sería demasiado fácil, y tendría consecuencias
eternas. Así que me senté en un rincón, muerta de miedo y me condené a quedame allí,
viéndome arder, hasta que mi expresión fuera la misma que la de ella. Solo en ese
instante sabría que ya estaba lista para mí, para volver, para seguir, para
ser.
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